Esa noche, Cristina, lo confieso,
me burlé de ti como niño bobo.
Bajaba por la cordillera un viento frío
para refugiarse en la cocina.
Junto a la ventana desvidriada
con tu corona de espinas y tus manos rojas
lo masajeabas formando una escultura invisible:
tu hijo despedazado en la mina de cobre.
-¡Es aire, nada más que aire, Cristina !
-Niño, tus ojos miran como si fueran orejas,
le ponen un «eso no existe» a lo que sí existe.
Con este vientre lo parí otrora,
hermoso como un araño blanco.
echando perfume por los poros
y luz por las sienes y la nuca.
Ahora con mis manos desclavadas de la cruz
lo fabrico transparente como un alma.
¡Mi querido, aquí estás otra vez entero,
sin ti el mundo llora vacío,
vuelve a ser el hilo que une las cosas!
Yo sólo vi el latigazo del viento,
Cristina vió a su hijo salir por la ventana,
ser llevado mar adentro,
atrapado por olas convertidas en tentáculos
y como un grano de azúcar disolverse
en la inmensidad salada.
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